La historia feminista del género y la cuestión del sujeto

Por Lola Luna

Profesora titular de Historia de América,

en la Universidad de Barcelona.

luna@trivium.gh.ub.es




1. La historia feminista del género y el postestructuralismo

En la investigación feminista, se están adoptando posturas eclécticas para no renunciar a los beneficios que la modernidad ha traído a las mujeres (visibilización como sujeto y cierta igualdad legal), ni a las posibilidades que ofrece la postmodernidad, o más concretamente, las teorías postestructuralistas, para la interpretación del género, su deconstrucción, reconstrucción o resignificación. La historiadora Michelle Barret, en esa línea, señala que el feminismo “desestabiliza la división binaria modernismo/postmodernismo”.

Entre las nuevas aportaciones de otras disciplinas a la historiografía actual, está el estudio de los significados codificados en el lenguaje de los discursos. Esta orientación metodológica, llamada giro lingüístico, hay que situarla en la crisis de la modernidad y sus instrumentos metodológicos. Tiene la importancia de proporcionar una mirada distinta a los hechos históricos, que rompe la división dicotómica estructural, el determinismo económico y las separaciones que la historia mantenía con la lingüística y la crítica literaria. El término de giro lingüístico es muy amplio y lo que me interesa resaltar aquí son los nuevos recursos que ofrece para nuevas lecturas de los textos y nuevas interpretaciones de la historia de las mujeres.

Dentro de la amplitud que abarca el giro lingüístico, quiero recordar la definición que Hayden White hace de la historia como “estructura discursiva simbólica”, en donde se combinan forma y contenido de tal manera “que ambos dicen más de lo que dicen”. Esta es la razón por la que teóricas feministas coinciden en algunas de las herramientas metodológicas que ofrece esta orientación lingüística, pues ayudan a interpretar con mayor profundidad los procesos de construcción y producción en torno al sujeto del feminismo y el género, al poner el énfasis en el discurso y en la significación. Porque, como Kathleen Canning recuerda, entre los antecedentes de lo que ha supuesto el giro lingüístico, están las primeras historiadoras feministas, que hicieron la crítica a la historia excluyente de las mujeres, rechazaron el esencialismo biológico como explicación de la desigualdad entre los sexos, y descubrieron el poder de los discursos en la construcción social de la diferencia sexual, es decir, el género. Tampoco hay que olvidar que la descentralización del sujeto masculino y posteriormente del sujeto unitario la mujer han sido logros de la historia de las mujeres. Por tanto, era lógico que la investigación del género encontrara en el giro lingüístico una orientación interesante, para ser desentrañado como una construcción discursiva y de poder.

1.1. La historia discursiva y el feminismo

Miguel Ángel Cabrera ha precisado y recogido los nombres que se están asignando al giro lingüístico en historia: historia postsocial, nueva historia o historia discursiva, matizando que esta tendencia historiográfica se encuentra en un estadio de desarrollo y que su uso encontrará el término adecuado. Todas estas denominaciones agrupan una serie de investigaciones e interpretaciones teóricas de historiadores e historiadoras anglosajones de las últimas décadas, siendo una de ellas la historiadora feminista norteamericana Joan W. Scott, citada profusamente por Cabrera. Este historiador canario ha llevado a cabo un estudio historiográfico muy afortunado en el que el género encuentra su lugar como “objeto” y el feminismo como “sujeto”, ambos construidos significativamente a través del lenguaje.

La historia discursiva –de ahora en adelante adoptaré esta denominación, porque me parece más ajustada a la propuesta que conlleva– ha producido una ruptura historiográfica al pasar de la noción de causalidad social o realidad objetiva, motor de la historia social y de la historia cultural, a la de discurso, y postular que no hay conexión causal entre la condiciones sociales o la posición de los individuos y sus prácticas significativas. Mejor dicho, el contexto social condiciona a aquellos después de que los mismos lo hayan vuelto significativo por medio de un discurso concreto o la combinación de varios. Los discursos forman una esfera social específica. Ellos tienen su propia lógica histórica y actúan como matriz categorial, cuerpo, o red, que contiene una serie de reglas de significación que existen en cada situación histórica.

Hasta ahora, la historia de las mujeres ha tenido abordajes diferentes de sobra conocidos, y que sólo enunciaré: recuperación de la visibilidad y la contribución histórica, la importancia de la vida privada femenina y de su mundo simbólico y cultural, la explotación material del trabajo de las mujeres, las mujeres en los movimientos sociales, etc. Estos grandes avances han incorporado una historiografía rica y variada desde enfoques o bien descriptivos, o de mayor interpretación.

La historia feminista del género, más concretamente, ha ampliado el campo de la historia social hacia las relaciones de género, haciendo hincapié en las condiciones socio-económicas de las mujeres en relación con los hombres en diferentes contextos históricos. La lógica causal de la esfera económica se ha relacionado en ella con la esfera de lo privado, y la dualidad de ambas dobles esferas (estructura/superestructura y privado/público) son el fundamento último de su interpretación. Las relaciones de género se sitúan desde esta perspectiva junto al resto de las relaciones sociales de clase, étnicas, etc. Posiblemente esta es la historiografía más extendida hoy día y la que goza de mayor aceptación, dentro de los estudios históricos.

Menos difundida es la historia discursiva del género, en la que las aportaciones de J. W. Scott han supuesto una ruptura con los anteriores enfoques. Su artículo seminal sobre el género ha sido repetidamente citado en los Estudios de Mujeres, aunque no tanto aplicado en su esencia teórica, es decir, el género como categoría discursiva y objeto significativo, y no solamente como relación social. Relativamente conocida en España, a pesar de algunas traducciones de sus artículos, su obra está más difundida en algunos países de América Latina, como Argentina, Brasil y México, donde se han publicado entrevistas y artículos, y se ha traducido su último libro al portugués. Scott, dentro de las historiadoras feministas, es hoy sin duda, la representante de la historia feminista que se preocupa por descifrar y desentrañar las paradojas que encierra la diferencia sexual, desde una perspectiva del discurso, el lenguaje (la significación) y el género.

1.2 Discurso, lenguaje y género

El concepto de discurso proviene principalmente de Foucault, para quien procesos, formaciones, y prácticas discursivas son herramientas para el trabajo arqueológico de los saberes y poderes. Foucault trata los discursos como prácticas que forman los objetos de que hablan. La voluntad de poder nietzscheana de las instituciones, más que de los individuos, parece ser la causa que atribuye Foucault a la formación de los discursos. Paul Veyne, en su interpretación de Foucault, dice que el discurso y las prácticas discursivas no se ven, pero es “el hacer en cada momento de la historia”. Las prácticas, que son una instancia unitaria, construyen el objeto histórico, (en nuestro caso diríamos que las prácticas construyen el género o la mujer). Lo material, el contexto social, es lo prediscursivo, lo potencial; las prácticas diversas construyen objetivaciones y/o sujetos, dependen unas de otras, todo depende de todo.

Para Cabrera, discurso es la categoría por la que se conceptualiza la realidad en una situación histórica concreta y, a partir del lenguaje, se desarrollan las prácticas significativas. También lo define como una “rejilla” de clasificación por la que se dota de significado al contexto social, se conforma el sujeto y el objeto, y se regulan las prácticas. Es decir, el discurso es un componente activo del proceso de formación de los significados, y es una variable independiente.

Según Scott, discurso es “una estructura histórica, social e institucionalmente específica de enunciados, términos, categorías y creencias”. O también: “formas de organizar los modos de vida, las instituciones, las sociedades; formas de materializar y justificar las desigualdades, pero también de negarlas”.

El ejemplo de discurso histórico más estudiado es el de la modernidad, y precisamente en la crítica a su universalidad como discurso surgido en una determinada circunstancia histórica, está el surgimiento de esta historia discursiva, que busca la explicación de mediante qué procesos se crean o transforman los discursos y se forman los conceptos. Toda situación social se conceptualiza con categorías de la situación anterior, categorías que han interactuado en esa situación con la realidad, otorgando significados; las categorías no surgen de la realidad simplemente. En esa interacción, la parte activa es la matriz categorial, no la realidad social, y es aquella a través del lenguaje la que le da a los conceptos la posibilidad de significar. La realidad social es el “referente material” de los conceptos, pero no su causa, la causa de los conceptos es el discurso anterior. Los discursos “son entidades de naturaleza intertextual”, forman una cadena que nunca se rompe, se suceden, de ahí que se diga que son una “esfera específica” que puede operar en una situación histórica concreta sin tener como causa ni la realidad social ni la acción racional.

Hay discursos compartidos, como es el caso del discurso liberal, el discurso socialista (y el feminista), ambos procedentes del discurso moderno. En el discurso socialista, el concepto de trabajo fue una síntesis de conceptos ilustrados, como por ejemplo, el hombre como ser natural que aporta orden y utilidad a la naturaleza, la pertenencia a la nación y la propiedad como fruto del trabajo. El socialismo sintetizó y postuló que fuera el trabajo la base de la representación política. Dicho de otra manera, la mutación discursiva se produce por la interacción de las categorías y los cambios en la realidad social. Los cambios discursivos tampoco son el fruto de la creatividad humana, como tampoco son efectos causales de las transformaciones sociales. Y no lo son, porque los individuos se transforman en sujetos discursivamente y, como tales, desarrollan las posibilidades significativas pero dentro de la matriz categorial en que alcanzan la subjetividad. Los individuos hacen uso de esas categorías, pero no son ellos los que las transforman. Los cambios discursivos están en la interacción entre la matriz categorial heredada y los nuevos fenómenos sociales, sin que ello quiera decir que entre ambos existe una conexión causal. Lo que sucede es que esos fenómenos sociales son objetivados por el discurso, porque lo que desafía a los discursos no es el mundo, sino otro discurso.

La importancia de estudiar la génesis de los conceptos, la ha ejemplificado Scott en “La mujer trabajadora en el siglo XIX” (ver Historia de las mujeres, de Duby), donde muestra la construcción de la división sexual del trabajo, dentro del discurso capitalista moderno, y a través del lenguaje de los sindicalistas y de los patronos, que hizo significativa la diferencia sexual femenina. Así, el trabajo de las mujeres se consideró con menos valor que el masculino y se consideró más beneficiosa la vuelta al hogar de las obreras casadas.

A estas alturas, se puede hablar de un discurso feminista, producido intertextualmente con el discurso moderno, de dónde nació –especialmente a partir de la categoría de igualdad que conceptualizó significativamente la posición de desigualdad y subordinación de las mujeres como opresión– el cuerpo categorial conforme las circunstancias históricas fueron cambiando, y se produjo una interacción significativa con la realidad de las mujeres y sus cambios. Por ejemplo, que el voto femenino significara solamente una igualdad formal supuso que se conceptualizara la paridad, haciendo significativa esa igualdad formal. Y también se puede hablar de un compartir con el discurso socialista, al volver significativas las diferentes posiciones de las mujeres y sus condiciones sociales, dando significado a las mujeres pobres. El discurso feminista cuenta ya con una red categorial importante: patriarcado, androcentrismo, sexismo, género, derechos sexuales y reproductivos, etc. El carácter intertextual de los discursos se puede observar en el hecho social de la ablación. Este se ha vuelto significativo como violencia de género, a través de la mediación discursiva feminista, aliada con el discurso de los Derechos Humanos y de las Humanas. La ablación era el referente material ya existente, pero hasta no existir un discurso disponible para darle un significado –en este caso de opresión de género– no se había objetivado como un atentado contra los derechos humanos ni había comenzado su denuncia por parte de los sujetos construidos en ese discurso.

Los discursos se valen del lenguaje, y este es contemplado como la práctica que crea los significados. Pedro Cardim ha destacado el poder del lenguaje en la historiografía y cómo Foucault le dedicó atención y lo consideró una “construcción social” con “control sobre el modo de razonar y pensar las cosas” y “(…) responsable de determinados tipos de efectos, no sólo en la esfera del discurso, sino también en un plano extradiscursivo (…), [pues Foucault] se interesó profundamente por la articulación entre lenguaje y relaciones de poder”.

Pero según White, Foucault no elaboró un teoría del lenguaje para analizar el discurso, y los historiadores que han deseado acercarse a la historia de otra forma e investigar la significación han partido de una “concepción semiológica” del texto. La “semiótica feminista” ha seguido esta concepción del lenguaje considerando como un signo a “la mujer”, y lo mismo podemos decir del “hombre”. En esa línea la historia discursiva, adopta el lenguaje, no sólo como palabras o vocabulario, sino como “patrón de significados”. El lenguaje es un generador activo de los significados de las cosas, de los hechos, y participa en la constitución de “objetos” y de “sujetos”. Los significados no son atributos de los fenómenos sociales sino “efectos” de la mediación discursiva por la que estos fenómenos se hacen significativos. Esto no quiere decir que se de un determinismo lingüístico, que el discurso y el lenguaje sean una estructura congelada, estática, por el contrario, el discurso es dinámico, sincrónico y discontinuo, y dónde se crean los significados no es en el discurso sino en la mediación discursiva entre referente real o contexto social y la matriz categorial, y ambos son “imprescindibles”.

Para Scott, el lenguaje es un sistema de signos y una práctica social y política, y también “la creación y la comunicación del significado en contextos concretos” a través de la diferenciación. Y sigue diciendo Scott: “Mi tesis, por lo tanto, es que si prestamos atención a los modos en que el lenguaje construye el significado, estaremos en posición de dar con el camino del género”.

En general, el concepto de género es una categoría central de la teoría feminista, que, como señala la socióloga venezolana Carolina Coddetta, es una teoría reconocida e incluida por muchos científicos sociales, porque “(…) ofrece tanto una descripción del fenómeno estudiado, es decir, la subordinación de la mujer; como una explicación de sus causas y consecuencias, y la prescripción de estrategias para su superación, ya que su objetivo es transformar la posición de la mujer en la sociedad”.

En la aplicación del concepto de género a la historia, Scott ha ofrecido grandes posibilidades renovadoras para la historiografía, poniendo el énfasis de su estudio en el discurso y la significación binaria de lo masculino y femenino, que se establece desde la diferencia sexual y en las conexiones entre género y poder. De esta forma, se busca a través del lenguaje las operaciones de la diferencia sexual, contenidas en los discursos, y esta se convierte en una pieza clave para buscar el funcionamiento del género. Scott define la diferencia sexual como una “estructura social móvil”. En cambio, el género es el “discurso de la diferencia entre los sexos”. Esta historiadora tiene una visión de la diferencia sexual articulada al interior de la(s) diferencia(s). Se inspira en Saussure, al decir que “el significado es construido a través del contraste, implícito o explícito, con la idea de que una definición positiva se apoya en la negación o represión de algo que se representa como antitético de ella”. Se inspira en Derrida, al añadir que “(…) la tradición filosófica occidental se apoya en oposiciones binarias: unidad\diversidad, identidad\diferencia, presencia\ausencia, y universalidad\especificidad”.

Para Scott, estas teorías ofrecen “(…) un medio de reflexión sobre cómo las personas construyen el significado, cómo la diferencia (y por lo tanto la diferencia sexual) opera en la construcción del significado y cómo las complejidades de los usos contextuales del lenguaje dan lugar a cambios de significado”. Y sigue diciendo que la diferencia es, al mismo tiempo, un “(…) sistema significador de diferenciación y un sistema históricamente específico de diferencias determinadas por el género”.

La primera parte de esta última definición sobre la diferencia como categoría general es útil para analizar cómo se construyen históricamente las diferentes identidades, por razón de clase, culturales, de raza, etc. Scott pone el ejemplo de cómo la identidad blanca de las mujeres inglesas en las colonias se construyó en oposición a la identidad india de las otras mujeres, no sólo socialmente sino también conceptualmente, o también cómo ser blanco implica no ser negro, etc. Es decir, la identidad está producida discursivamente y los contrastes de raza, clase o género, en tanto construcciones con una historia, carecen de una esencia inmutable, y pueden cambiar. La segunda parte de la definición se refiere a la diferencia sexual y las operaciones diferenciadoras que establecen y que producen significados de género. Estos se construyen de forma binaria, opuesta, interdependiente, inmersos en relaciones de poder y saber. De ahí que históricamente los significados masculinos han sido considerados de mayor valor que los femeninos, por ejemplo, razón\intuición, fuerte\débil, dureza\dulzura, guerrero\pacífica.

En Colombia, Gabriela Castellanos ha desarrollado el status teórico del género, señalando que este está relacionado “(…) con una orientación específica en el estudio del lenguaje; me refiero a aquella que se interesa por el discurso, definido como “el intercambio de significados en un contexto social””. Y respondiendo a la crítica realizada acerca del dualismo entre producción discursiva y realidad, entre la mujer y las mujeres de carne y hueso, Castellanos –siguiendo a Bajtin, que difiere de Saussure en cuanto a la arbitrariedad del signo– sostiene que la ideología está en los significados, produciendo sentido y que el lenguaje es “dialógico”. Por tanto, el género sería un diálogo de continuo intercambio de signos y significados entre mujeres y hombres, variable históricamente y, por tanto, con posibilidades de transformación. Igualmente, Castellanos señala que se produce también un entrelazamiento con otros sistemas simbólicos de clase, raza, etc., que igualmente rompen con el dualismo.

La historia discursiva resuelve de otra manera el dualismo entre discurso y realidad social. Las condiciones sociales de las mujeres se vuelven significativas al objetivar como género la existencia de una desigualdad específica entre hombres y mujeres, cuando se produce la mediación discursiva feminista. También puede mediar otro tipo de discurso (liberal, socialista, conservador), y darse otra clase de significaciones. El género es un concepto que categoriza el fenómeno social de la existencia de tareas masculinas y femeninas, significándolas, o construye significativamente la relación social entre los sexos cuando, por ejemplo, la mujer es explotada de manera diferente al hombre en el trabajo doméstico, y el género conceptualiza su condición económica como injusta, mediante un régimen discursivo, el feminista, que tiene el género como categoría.

Se puede decir que las objetivaciones discursivas de género, como la feminidad o el maternalismo, se producen en contextos históricos concretos. Junto a ellas, el sujeto mujer unitario, la mujer moderna, etc., se construyen y reconstruyen a través de diferentes discursos. Esas construcciones se establecen desde la diferencia sexual y contienen significados binarios, opuestos y jerarquizados, relaciones de poder, que al desentrañar su formación en contextos específicos, revelan cómo se produjo la exclusión y la subordinación de un sexo por otro.

La dimensión de poder del género es clave para el análisis de la historia política de las mujeres, porque está presente en los procesos sociales en los que se dan los juegos de poder entre lo masculino y lo femenino, sus estrategias, alianzas múltiples, y acciones de resistencia de las mujeres.

2. El sujeto mujer construido y el sujeto constructor

Entre los avances del feminismo coincidentes con el postestructuralismo, está la aportación innegable de la pluralidad de sujetos históricos contextualizados, representados por múltiples grupos de mujeres y hombres, frente al sujeto universal abstracto del discurso de la modernidad, que remitía finalmente a un sujeto hegemónico masculino. La mujer se ha revelado como una identidad irreal, porque en la realidad existe como un sujeto múltiple. Si nos remontamos a la reivindicación de los derechos de ciudadanía que llevaron a cabo los movimientos sufragistas, encontraremos el comienzo de la puesta en cuestión del sujeto universal y del universalismo de los derechos del hombre, por un nuevo sujeto constructor de la identidad feminista.

La mujer de la cultura occidental fue una construcción de varios discursos con aspiraciones universalistas desmentidas por la realidad cotidiana que vivían muchas mujeres. Esas aspiraciones tenían un carácter esencialista porque esa mujer estaba rodeada de virtudes consideradas naturales, representando un modelo normativo de heterosexualidad reproductora.

La modernidad alentada por la Ilustración hizo que esa mujer, ángel del hogar y buena madre, se consolidara e institucionalizara, imponiéndose en las metrópolis europeas y en sus colonias, especialmente en el caso hispano. América Latina fue heredera del discurso occidental, marcado fuertemente en este caso por el catolicismo. En América Latina, se dieron variados contextos en los que se construyó aquel sujeto de mujer. Pero fue especialmente el discurso populista con sus aspiraciones modernizadoras el que contribuyó a institucionalizar y politizar la construcción de un sujeto mujer sesgado hacia lo maternal. Paralelamente en el tiempo, ella se construía como sujeto transformador de la identidad sufragista.

2.1. El sujeto del feminismo

El feminismo es un discurso en construcción y produce un sujeto con una identidad: la feminista. La construcción, en los discursos feministas actuales, de un sujeto político activo– lo que llama Braidotti el “sujeto femenino del feminismo”– es un tema altamente estratégico de la teoría feminista cara a la acción y a la transformación social. El reto del sujeto feminista es la diversidad existente entre las mujeres, manifiesta por las diferencias de raza, etnia, clase, opción sexual, edad, religión, pasado histórico, etc. Este hecho fue planteado inicialmente por las feministas negras y lesbianas norteamericanas, muy críticas ante un feminismo que se pensaba blanco y heterosexual. El acierto de esta crítica se extendió entre los feminismos del mundo y ha generado un gran avance en la teoría y en las relaciones entre las mujeres. Gabriela Castellanos ha criticado el sujeto moderno femenino esencialista construido en base a la afectividad. Por eso, ha señalado el acuerdo que hay en un sujeto polifónico, de “construcción múltiple y cambiante”, “performativo”, que se construye cuando hablamos y pensamos, pero –y de acuerdo con Judith Butler– “no determinado por los discursos”. Por tanto, para la investigación y para la acción es importante el hecho mostrado por el debate feminista acerca de un sujeto múltiple y diverso, que desorganiza y descompone las construcciones históricas y discursivas de la mujer en contextos concretos.

La filósofa Rosa María Rodríguez Magda ha trabajado para la teoría feminista sobre la mujer, a partir de herramientas foucaultianas, llegando allí donde no lo hizo el filósofo. Ella propone a la historia de las mujeres hacer la genealogía de la construcción del sujeto mujer a través de los discursos que han participado en su gestación. Su propuesta continúa hasta la “deconstrucción” de esa subjetividad para su “reconstrucción” desde la acción del sujeto autónomo, activo y “resistente” que hay en la teoría de Foucault, desmintiendo la negación que se ha hecho de la acción política del sujeto presente en el pensamiento del filósofo. En esa línea, me parece útil utilizar la noción dialéctica de “sujeto normalizado producido/sujeto productor de sí mismo”, que Rodríguez Magda toma de Foucault. Porque la pregunta es: ¿cómo las mujeres se han construido en la subordinación, sumisas, pacientes y maternalistas (sujeto normalizado producido)?, y desde esa situación, ¿cómo en determinados contextos, liberales o autoritarios, han actuado políticamente mujeres como las sufragistas o las Madres de Plaza de Mayo (sujeto productor de sí mismo)? En adelante, se intentará dar respuesta a estas preguntas.

2.2. La construcción de la subjetividad

El Alain Touraine dice: “la subjetivación es el deseo de individuación” o “la construcción del individuo (o del grupo) como actor por la asociación de su libertad afirmada y su experiencia vivida asumida y reinterpretada”. Para el sociólogo, el sujeto es actuante, histórico, y en su construcción interviene la experiencia. Por su parte, el historiador Paul Ricoeur habla de un sujeto, el “soy” del último Foucault, que se conoce a sí mismo a través del exterior, y se redescubre “reflexivamente como uno mismo”, que es “objeto y sujeto”. Es decir, la experiencia aparece formando una parte esencial de la construcción del sujeto, pero hay discusión sobre la naturaleza de la experiencia. Para Joan W. Scott, la experiencia se construye discursivamente, por lo que el hacerla evidente, el mostrarla, es una acción puramente descriptiva, irrelevante, que no explica cómo actúa en la constitución del sujeto. “No son los individuos –dice Scott– los que tienen experiencia, sino que son los sujetos los que se constituyen a través de la experiencia”. Y sigue diciendo: “Negar el origen discursivo de la experiencia es tanto esencializar las identidades que produce (mujer, hombre, heterosexual, etc.), como ocultar las operaciones de la diferencia que actúan en su constitución, en lugar de historiarlas, porque se separa la experiencia del lenguaje, que es donde se construye”. Los sujetos se constituyen discursivamente y la experiencia es un “hecho lingüístico”. No obstante, aquellos no están privados de “agencia” (entiendo “agencia” en Scott como ‘poder de actuación’).

Pero este poder de actuación se produce bajo determinadas condiciones. Kathleen Canning señala que Scott “deja abierta la pregunta de cómo los sujetos median, resisten, retan o transforman los discursos en el proceso de definir sus identidades”. Y la misma Canning propone concebir la “acción” como lugar de “mediación” entre lo discursivo y la experiencia.

Una vez abiertas la cuestión de la naturaleza de la experiencia y la de su relación con la acción de los sujetos, que siempre ha sido clave en otros enfoques históricos, conviene introducir la explicación de la construcción discursiva de la subjetividad.

En la historia discursiva, los sujetos son una entidad significativa que se forja en la interacción entre la posición que ocupan los individuos en las relaciones sociales, y la experiencia que se tiene de ellas: no es que los individuos se reconocen o descubren a sí mismos como sujetos o agentes, sino más bien que se construyen significativamente como tales, al aplicar una rejilla clasificatoria de origen discursivo.

De esto se sigue: 1) la identidad se vincula al objeto, y no al referente social y material; 2) objeto y sujeto se constituyen al tiempo en el mismo proceso de articulación del contexto social; no preexisten las identidades al objeto, sino que emergen en el espacio de significación en el que se da la articulación de ambos. Por ejemplo, el feminismo (identidad o subjetividad) y el género (objeto) están vinculados y se producen al mismo tiempo. Por tanto, recoge Cabrera parafraseando a Judith Butler: “Es el dominio de lo discursivo el que establece por adelantado los criterios mediante los cuales los propios sujetos se constituyen a sí mismos”.

Según Scott, este proceso identitario puede estar enmascarado por la identidad que se presenta como natural y estable. Así sucede en el caso de la mujer, considerada como una categoría fija, universal, que opaca la construcción diferenciada y discursiva de diversas identidades de mujeres (obreras, burguesas, blancas, negras, feministas, etcétera).

Junto con la experiencia, los intereses son una parte clave en la construcción de la subjetividad. Los intereses se constituyen cuando las condiciones sociales adquieren significado a través de categorías discursivas. De ahí, que las mismas condiciones sociales y materiales generen intereses diferentes. Por ejemplo, el caso de los obreros que votan a los conservadores, porque han articulado sus intereses según una matriz categorial diferente a la utilizada por los que votan a la izquierda. Es decir, los intereses no carecen de una base social, material, pero esta no genera los intereses, sino que estos se producen por la mediación de un discurso y en un espacio de significación entre el contexto social y las categorías. Por ejemplo, en una situación de trabajo en condiciones de máxima injusticia, esta no se vuelve objeto de resistencia hasta que no media la categoría de explotación, o de justicia social, que le da significado. La cuestión importante es por qué los intereses se activan en unas circunstancias históricas y en otras no, y parece que se activan cuando se produce la mediación discursiva.

2.3. El sujeto mujer construido y el maternalismo

La construcción de la mujer en la cultura occidental ha participado de diversos discursos (clásico, medieval, moderno y católico) y circunstancias históricas diferentes. Todo ello ha producido variaciones que han ido modelando su identidad. Posiblemente es la mujer moderna el sujeto más conocido y explorado, por nuestra cercanía histórica y porque aún prevalece. Pero si hay un componente en su subjetividad que ha permanecido a lo largo de sus variaciones, ese ha sido la dimensión maternal, hasta el punto de poder referirnos a un sujeto maternalista.

Victoria Sau, en su Diccionario ideológico feminista, dice que los Padres del patriarcado “construyeron” la feminidad con aquellas partes en las que ellos no eran aptos, como la maternidad. Y recoge el discurso de Apolo en Las Euménides de Esquilo, en donde se define a las madres como “mujeres portadoras”, úteros extracorporales de los hombres, redomas del laboratorio masculino, sobre las que ellos deciden su vida o su muerte. La tesis de Sau, en concordancia con la anterior definición, es que la maternidad como opción libre y representativa de lo que es ser mujer, sujeto autónomo, “no existe”, porque existe en tanto “función del padre”.

En la formación del sujeto maternal occidental, participan activamente los discursos religiosos católicos, en los que indiscutiblemente la pieza central es la representación de María Virgen. No obstante, haciendo historia, María Lozano recuerda: “El reconocimiento oficial de los atributos de María siempre ha ido muy por detrás del reconocimiento popular a través del culto”, pues hasta el II Concilio de Constantinopla en el año 381 no se “proclamó la perpetua virginidad de María”. Otras fuentes señalan al Concilio de Efeso (431) como el momento en el que, después de un agrio debate, se reconoció a María como Madre de Dios. Pero recién en 1854 se estableció como dogma de fe su Inmaculada Concepción y, en 1954, su Ascensión a los cielos.

María Asunción González de Chávez sitúa a la Virgen María al final de una cadena evolutiva, que comienza en las diosas clásicas de la cultura occidental, lo que muestra que siempre “la mujer ha estado cercana a lo sagrado”. Las primeras diosas eran “polifacéticas”, “creadoras y destructivas”, “benévolas y crueles”; sus poderes eran independientes y no estaban vinculados solamente a la fecundidad. Hablamos del periodo Paleolítico superior, cuando el hombre no conocía su participación en la procreación. Gea, madre y esposa de Urano, marcó la transición hacia la dominación olímpica masculina, favoreciendo el reinado de Zeus en un juego de complicidad por el que las diosas se volvieron protectoras y al servicio de los dioses. A partir de ahí, los dioses adquirieron la preponderancia sobre las deidades, al tiempo que conocieron y engrandecieron su paternidad y se apropiaron de la capacidad biológica femenina. Desde entonces, las imágenes femeninas perdieron aquellos poderes que podían resultar amenazadores y se desexualizaron. Así, representaron a la buena madre protectora que recibía su prestigio a través de la vinculación que tenía con dioses importantes. El último eslabón en la cadena es la Virgen María, venerada en cuanto Madre de Jesús-Dios, pero no como diosa. Ella es sierva del Señor, mediadora del Dios Creador. A ella, se le niega la sexualidad y se la adora como Mujer-Madre humilde y subordinada al Hijo de Dios. María es el ideal del yo femenino, desprovista de la otra cara iracunda y hostil que tenían las diosas clásicas y que tienen las madres reales.

Catherine Jagoe, que ha investigado los discursos españoles sobre el ángel del hogar, se detiene en la “pureza” como el “punto supremo de la nueva ortodoxia” de la mujer burguesa del siglo XIX, que viene a ser institucionalizada por la doctrina de la Inmaculada Concepción y reforzada poco después por León XIII, al reconocer a la Virgen como “co-redentora” de la humanidad. El culto mariano y María como madre y mujer modelo sobreviven hasta hoy y es fácil hallarlos en los discursos católicos que circulan dentro y fuera de los ámbitos religiosos. El papa Wojtila acuñó la consigna de “Totus tuus” (‘Todo tuyo’), refiriéndose a María. La Gran Vigilia de la Inmaculada que se celebró en muchos pueblos y ciudades de España y de Latinoamérica en 1995 se hizo bajo el lema “La Virgen María: modelo de mujer y madre”. Entonces, el papa exhortó a ver en María “la expresión más perfecta del genio femenino”. En ese mismo año, el portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro Valls, refiriéndose a la Conferencia de Población de El Cairo (1994) y a la IV Conferencia Mundial de la Mujer (Beijing, 1995), dijo que “intentaron transformar la cultura moral del mundo”. Valls aludía a los cambios, que finalmente se aceptaron, sobre la separación entre la sexualidad y la reproducción de las mujeres, cambios muy alejados del modelo reproductivo mariano.

El discurso moderno era el llamado a introducir un matiz laico en ese sujeto maternal y mariano, pero las condiciones discursivas variaron algunos significados de género, produjeron otros nuevos y dejaron permanecer muchos otros.

La crítica feminista ha subrayado suficientemente las construcciones binarias ilustradas: razón masculina\pasión y/o naturaleza femenina, y el miedo del hombre a la irracionalidad de la mujer, coincidente con el discurso antiguo de los Padres de la Iglesia acerca de la hembra tentadora. Este discurso de la modernidad configura lo que se ha llamado desde la teoría feminista las dos esferas: una de ellas representa el mundo de lo femenino, el hogar, lo privado, el espacio dónde reina el ángel; frente a esa esfera, se conforma el espacio público y político masculino.

La socióloga Julia Varela, que ha hecho la genealogía de la mujer burguesa europea, es la que arroja más luz sobre el momento en que arranca el confinamiento de las mujeres en lo privado y la redefinición del desequilibrio entre los sexos. En su investigación, es palpable la pervivencia del discurso ilustrado de construcciones procedentes de discursos anteriores. Varela sitúa lo que ella denomina la formación del “dispositivo de feminización” (ella no utiliza la categoría género) en el discurso humanista, expresado, por ejemplo, en los textos de Vives y Erasmo. Este dispositivo es el elemento definitorio de la mujer moderna, pero la autora sitúa en el siglo XII europeo el inicio de una nueva jerarquización entre los sexos, relacionada con el cambio en las relaciones de parentesco. El discurso humanista sería la rejilla categorial en la que el matrimonio es uno de los conceptos que dan significado a la nueva relación entre los sexos. En palabras del Varela, el matrimonio monogámico dictado en el Concilio de Trento (1563) será un “anclaje clave” de dicho dispositivo de feminización para la “naturalización del desequilibrio entre los sexos”. Los tratados de la época sobre “la perfecta casada cristiana” eran una crítica a la vida amorosa libre e independiente de las mujeres de la nobleza. La perfecta casada es rodeada de las virtudes de la modestia, el silencio, la obediencia, que se construyen en oposición a las virtudes masculinas de mando, elocuencia, etc. Pero los procesos de subjetivación femenina eran diversos según la clase social de las mujeres. Para Varela, hubo una estrategia educacional con “tecnologías blandas” para las mujeres de la nobleza y burguesas, que eran alejadas de la política pero acercadas a la nueva cultura. Estas mujeres escribían poesía, cartas, mientras los hombres escribían teatro y obras épicas, acentuándose así las diferencias sexuales. El contrapunto de la perfecta casada son las mujeres malas, representadas por las prostitutas y las brujas, todas ellas mujeres populares que se resistían a la Iglesia y al matrimonio monógamo. A ellas se aplicaron “tecnologías duras de control” por parte de frailes dominicos y franciscanos, como la Inquisición o las casas de prostitución. Estas prácticas estaban encaminadas a la “destrucción de saberes” que las mujeres poseían. En términos de la teoría feminista, en este proceso se percibe de forma evidente la interrelación del género con la clase social, a través de las alianzas y juegos de poder y saber en los que las mujeres de clase noble obtuvieron privilegios de tipo cultural, frente a las mujeres de clases inferiores que fueron marginadas y despojadas de sus saberes.

Sobre la conformación de la esfera privada y femenina, es oportuna la revisión que Rodríguez Magda hace del modelo de encierro “disciplinario” de Foucault, ampliándolo con la noción de “encierro femenino”, que a diferencia de la cárcel, el manicomio o el hospital, tiene características peculiares. La reclusión de las mujeres no es grupal: es en el hogar. Allí se las priva de la solidaridad con las otras marginadas. El hogar es una “prisión camuflada”, que se complementa con un encierro “simbólico” en una “ambigua esencia” en la que se subliman una serie de cualidades domésticas y se denostan otras oscuras y maléficas.

Sobre el sujeto mujer maternal, las prácticas educativas son reveladoras a la par que normativas. Pilar Ballarín ha puesto de manifiesto la identificación que se hizo de la maestra con la madre virtuosa, en la construcción profesional de las primeras maestras en el siglo XIX español. Las maestras fueron agentes de feminización, pues transmitieron los deberes domésticos que configuraban la identidad de las discípulas. Pero, como señala Ballarín, muchas veces esas maestras no eran madres y, en la realidad, no respondían a la madre burguesa de los manuales. Muchas de ellas habían encontrado en el magisterio un espacio de libertad para desarrollarse como escritoras e intelectuales, lo que les permitía transgredir la frontera y participar en un nuevo modelo de mujer que se estaba gestando también en otros campos. De esta manera, la maestra se nos muestra como un sujeto contradictorio construido en los discursos modernos: condensa las virtudes de la feminidad y el maternalismo y, al mismo tiempo, se reivindica como ciudadana, porque no en vano buena parte de las sufragistas eran maestras, y fueron sujetos de la modernidad, y predecesoras en la formación del nuevo discurso feminista.

Por tanto, la mujer moderna occidental con un gran sesgo de su identidad hacia lo maternal es el fruto de variados discursos a través de los que pareciera no darse una ruptura, sino más bien una condensación de significados que llegan hasta los finales del siglo XX. De forma hipotética, se puede plantear el feminismo, especialmente en sus últimas décadas, como un discurso con nuevas condiciones en interacción con cambios contextuales que producen resignificaciones en los sujetos y en los objetos. Un ejemplo es el sujeto feminista de la segunda ola que desenmascara la política sexual que rige los cuerpos, y reivindica la libre sexualidad y el derecho al control reproductivo bajo el lema “Mi cuerpo es mío”. La separación entre derechos sexuales y reproductivos, categorías ambas del discurso feminista, viene a ser la crítica más certera al sujeto unidimensional maternalista, poniendo de relieve su historicidad y, por tanto, su caducidad. Igualmente, la comprensión, dentro del feminismo, de un sujeto con identidades múltiples es otro ejemplo de las mutaciones discursivas.

2.4. Buenas madres y resistencias insospechadas

Considero al maternalismo como una construcción discursiva de género en contextos históricos determinados y concretos. La identificación histórica de la sexualidad con la reproducción, a través de las prácticas discursivas patriarcales o de género, ha construido el maternalismo en un doble movimiento: de afirmación reproductiva y de negación placentera del cuerpo femenino. En el sujeto maternal, la parte oscura, maligna, negada, la sexualidad con el derecho a sentir, al goce, es propia de las mujeres malas. Ello contrasta con la figura luminosa, pura, humilde y sumisa de el ángel del hogar y su feminidad ensalzada, porque ella es, sobre todas otras cosas, madre fecunda y buena, cuya misión principal es amar y cuidar a sus hijos. En esta dicotomía, las mujeres buenas históricamente han construido su identidad, sus intereses y su experiencia conforme a los discursos que las han significado de esta manera, y se han asumido como buenas madres, llegando en determinadas circunstancias históricas a realizar resistencias insospechadas. En el caso latinoamericano, los discursos populistas de los años cuarenta y cincuenta (versión latinoamericana de una fase de la modernidad en aquella región) reconocieron a las mujeres los derechos ciudadanos porque eran madres de ciudadanos, y no por las razones de igualdad que argumentaban las sufragistas desde hacía décadas.

El discurso populista tenía como categoría central la justicia social, pero con un carácter paternalista y asistencialista que lo hacía deficitario en términos de democracia. Hay tesis bien fundamentadas de que la modernidad populista de estos años fue muy limitada y especialmente sesgada hacia un proceso de industrialización. Fue un campo discursivo en el que las mujeres pobres urbanas, únicas responsables en muchos casos de la familia y la economía doméstica, se constituyeron como sujetos maternales organizados en Movimientos por la Sobrevivencia, en condiciones materiales de falta de alimento, falta de vivienda y de servicios (agua, educación, salud). Este contexto socioeconómico de pobreza y precariedad no fue exactamente el motor directo del proceso de concienciación de las mujeres. No se produjo la acción social como reflejo de las condiciones sociales, sino que fueron las condiciones discursivas populistas las que hicieron que las condiciones materiales se volvieran significativas. Entonces, las propias mujeres de los barrios populares conceptualizaron su contexto de pobreza injusta al sentirse interpeladas como pueblo (una de las categorías centrales del discurso populista), y consideraron que al Estado paternal le correspondía resolver su situación. Conforme a estas condiciones discursivas, ellas construyeron sus intereses y su experiencia, y lo hicieron como responsables de la alimentación, la educación y el cuidado de los hijos. Pero no había un discurso en términos de ciudadanía, ni de derechos específicos femeninos (derechos reproductivos y sexuales, como, por ejemplo, más tarde el feminismo postularía), sino que la justicia social procedía de un estado providencial, y sólo de él manaba la solución de sus problemas. La oposición que aquí se establecía era Estado paternal/identidad maternal femenina.

Las prácticas sociales que las mujeres populares desarrollaron en los Clubes de Madres (en Perú, Bolivia, Brasil, etc.) no se dio por un determinismo causal de la pobreza, sino porque las circunstancias particulares fueron articuladas por una mediación discursiva que les dio significado, e hizo que las mujeres se volvieran sujetos y construyeran su objeto de lucha: la sobrevivencia. Se construyeron como madres, amas de casa, al ser interpeladas por el discurso populista bajo categorías de responsabilidad familiar, de buenas madres, de buenas reproductoras. El discurso interactuó con el contexto, y estas mujeres populares elaboraron sus intereses y experiencia. En la práctica social, accionaron y crearon comedores, organizaron desayunos para los niños (Vaso de Leche), y urbanizaron los barrios, construyendo viviendas, escuelas, plantando árboles, etc., con los escasos recursos que les proporcionaba el Estado o las sociedades filantrópicas en su mayoría religiosas. Se puede decir que el sujeto maternal construido se configuró en un sujeto activo y constructor.

Esta situación sufrió modificaciones en los setenta y ochenta. Sucedieron cambios discursivos (democracia, socialismo, feminismo y autoritarismo) con nuevas categorías (opresión, derecho al desarrollo social y humano, derechos ciudadanos, derechos humanos, reproductivos y sexuales, género, etc.) que resignificaron las condiciones sociales y materiales y transformaron la identidad de los sujetos y sus intereses. Uno de los cambios más importante en el contexto fue la crisis económica. En estas nuevas circunstancias, las prácticas se volvieron más políticas, el lenguaje de los discursos era otro diferente al populista y el movimientos social era más heterogéneo. La politización en el caso de los Movimientos por la Sobrevivencia hay que relacionarla con la actuación de otros sujetos como las ONG para el desarrollo, que eran, a su vez, de diferentes partidos de la izquierda, feministas, o de las iglesias, y que estaban constituidos en nuevos discursos. Y así sucesivamente, en los noventa, se han presentado un nuevo contexto, nuevos discursos, nuevos significados y nuevos sujetos en términos de políticas de ajuste, neoliberalismo y globalización.

Paralelamente, en los contextos autoritarios de los setenta, se visibilizaron sujetos movilizados en contra de la violencia (del Estado, de la guerra o de la droga) en acciones políticas de diversa índole. Los he tipologizado como Movimientos de Madres contra la Violencia, especialmente en América Latina, pero se puede hablar de una cadena que se ha continuado hasta Europa oriental, como un caso de sujetos maternales normatizados históricamente, pero ahora rebelados, resistentes y constructores de democracia.

Las dictaduras del cono sur latinoamericano crearon una situación diferente de falta de libertades, de personas asesinadas, desaparecidas, presas y exiladas. En ese contexto, el discurso de la democracia y de los derechos humanos proporcionó las condiciones necesarias para dar significado a esa situación. Los Movimientos de Madres contra la Violencia (Madres de Plaza de Mayo, COMADRES, etc.) construyeron su identidad a partir de elaborar conjuntamente el interés por recuperar a sus hijos, y en oposición a la invisible, y en la mayoría de los casos pasiva, identidad de los padres. Son también un sujeto inestable (la identidad es contingente, inestable, y diferencial), que cambia al reelaborar el interés inicial, como sucedió con las Abuelas de Plaza de Mayo argentinas, que se desprendieron de las Madres, al dedicarse a la búsqueda de los nietos. También se puede observar en las Madres de Plaza de Mayo los cambios en su actuación de los últimos años, en que el discurso socialista radical aparece claramente en el lenguaje de las Madres de Plaza de Mayo, compartido con el inicial de los Derechos Humanos.

En resumen, el objetivo de este capítulo ha sido mostrar desde la perspectiva histórica discursiva las herramientas con que se cuenta, para abordar las diferentes construcciones del sujeto mujer, el género, y el feminismo, como introducción al fenómeno del sufragismo, que se dio en el contexto colombiano entre las décadas del treinta a cincuenta del siglo XX.

Nota

Una primera versión fue publicada en Boletín Americanista (núm. 52, Barcelona, 2002), y en la revista virtual Lybris, de la Universidad de Brasilia. He de agradecer a Tania Navarro, su directora, la traducción al francés. En esta versión (Barcelona, diciembre de 2002), se ha desarrollado y fundamentado más ampliamente la noción de sujeto y se ha corregido con los comentarios del alumnado del curso de doctorado “Historia de las mujeres. Género y contextos discursivos en América Latina”, y las sugerencias de Gabriela Castellanos y Carmen Ramos. A todos, mi agradecimiento. Tengo una deuda especial con el libro de Miguel Ángel Cabrera que me ha ayudado a entender mejor la historia discursiva.

Bibliografía

-Apleby, Joyce, Hunt Lynn y Jacob Margared, La verdad sobre la historia, Barcelona, Andrés Bello, 1998.

-Ballarín, Pilar, “Dulce, buena, cariñosa... En torno al modelo de maestra/madre del siglo XIX”, en Inés Calero Secall y María Dolores Fernández de la Torre Madueño (eds.), El modelo femenino: ¿una alternativa al modelo patriarcal?, Málaga, Atenea, 1996.

-Barret, Michelle. “Palabras y cosas: materialismo y método en el análisis feminista contemporáneo”, La Ventana (México), núm. 4, 1996.

-Borrás, Laura, “Introducción a la crítica literaria feminista”, en Marta Segarra y Angels Carabí (eds.), Feminismo y crítica literaria, Barcelona, Icaria, 2000.

-Braidotti, Rosi, Sujetos nómades, Buenos Aires, Paidós, 2000.

-Butler, Judith, Gender Trouble. Feminisme and the Subversion of Identity, Londres, Routlege, 1990.

-Cabrera, Miguel Ángel, Historia, lenguaje y teoría de la sociedad, Madrid, Cátedra\Frónesis, 2001.

-Canning, Kathleen, “Feminist History after the Linguistic Turn: Historicizing Discourse and Experience”, Signs (New York), vol. 19, núm. 2, New York, 1994.

-Cardim, Pedro, “Entre textos y discursos. La historiografía y el poder del lenguaje”, Cuadernos de Historia Moderna (Madrid), núm. 17, 1996.

-Castellanos, Gabriela, “Introducción. Género, discursos sociales y discursos científicos” y “Desarrollo del concepto de género en la teoría feminista”, en Gabriela Castellanos, Simone Accorsi y Gloria Velasco (comps.), Discurso, género y mujer, Cali, Universidad del Valle, 1994.

-_________________, “Introducción. Nuevas concepciones de la subjetividad como trasfondo teórico de los estudios de género”, en Gabriela Castellanos y Simone Accorsi, Sujetos femeninos y masculinos, Cali, La Manzana de la discordia-Centro de Estudios de Género-Universidad del Valle, 2001.

-Coddetta, Carolina, Mujer y participación política en Venezuela, Caracas, Edición x Demanda, 2001.

-Duby, Georges y Michelle Perrot, “La mujer trabajadora en el siglo XIX", en Historia de las mujeres vol. 4, Madrid, Taurus, 1993.

-“El papa dice que María es el “genio femenino””, El Mundo (Madrid), 8 de diciembre de 1995.

-Foucault, Michael, La arqueología del saber, México, Siglo XXI, 1979.

-González de Chávez, María Asunción, “Las imágenes de la feminidad en los mitos y las religiones. De las grandes diosas a la Virgen María”, en María Eugenia Monzón e Inmaculada Perdomo (eds.), Discursos de las mujeres, discursos sobre las mujeres, Tenerife, Centro de Estudios de la Mujer-Universidad de La Laguna, 1999.

-Jagoe, Catherine, “La misión de la mujer”, en Catherine Jagoe, Alda Blanco y Cristina Enríquez de Salamanca, La mujer en los discursos de género, Barcelona, Icaria, 1998.

-Kate, Millet, Política sexual, México, Aguilar, 1975.

-Lozano Estívalis, María, Las imágenes de la maternidad, Alcalá de Henares, Ayuntamiento de Alcalá de Henares, 2000.

-Luna, Lola G., “Populismo, nacionalismo y maternalismo: casos peronista y gaitanista”, Boletín Americanista (Barcelona), núm. 1 50, 2000.

-“María, esa mujer misteriosa”, Crónica, El Mundo, 22 de diciembre de 1996.

-Molina Petit, Cristina, Dialéctica feminista de la Ilustración, Barcelona, Anthropos, 1994.

-Potthast, Bárbara y Eugenia Scarzanella (eds.), “Maternalismo y discurso gaitanista, Colombia 1944-48”, en Lola G. Luna, Los movimientos de mujeres en América Latina y la renovación de la historia política, Cali, Centro de Estudios de Género-La Manzana de la Discordia, 2002.

-_____________________________________, Mujeres y naciones en América Latina. Problemas de inclusión y exclusión, Frankfurt am Main, Vervuert, 2001.

-Ricoeur, Paul, “De la fenomenología al conocimiento práctico. Paisaje intelectual de mi vida”, Archipiélago (Madrid), núm. 1 47, 2001.

-Rodríguez Magda, Rosa María, Foucault y la genealogía de los sexos, Barcelona, Anthropos, 1999.

-Sau, Victoria, “Del vacío de la maternidad, la igualdad y la diferencia”, Hojas de Warmi (Barcelona), núm. 1 9, 1998.

-___________, Diccionario ideológico feminista, vol. II, Barcelona, Icaria, 2001.

-___________, El vacío de la maternidad, Barcelona, Icaria, 1995.

-Scott, Joan W., “El género: Una categoría útil para el análisis histórico”, en J.S. Amelang y M. Nash (eds.), Historia y género, Valencia, Alfons el Magnanim, 1990.

-___________, “Feminismo e historia”, Hojas de Warmi (Barcelona), núm. 18, 1997.

-___________, “Igualdad versus diferencia: los usos de la teoría postestructuralista”, Debate Feminista (México), núm.15, 1993.

-___________, “La experiencia como prueba”, en Neus Carbonell y Meri Torras (comps.), Feminismos literarios, Madrid, Arco\libros, 1999.

-___________, “Sobre el lenguaje, el género y la historia de la clase obrera”, Historia Social (Valencia), núm. 14, 1989.

-___________, A cidadâ paradoxal: as feministas francesas e os direitos do homen, Florianópolis, Editora de Mujeres de Florianópolis, 2002.

-___________, La citoyenne paradoxale. Les feministes françaises et les droits de l´homme, París, Albin Michel-Bibliothèque Histoire, 1998.

-Sewel Jr, William H., Work and Revolution in France. The Language of Labor from the Old Regime to 1848, New York, Cambridge University Press, 1980.

-Touraine, Alain, ¿Podremos vivir juntos?, Buenos Aires. FCE, 1998.

-___________, ¿Qué es la Democracia?, Buenos Aires, FCE, 1998.

-___________, Crítica de la modernidad. Parte III, Madrid, Temas de hoy, 1993.

-Varela, Julia, Nacimiento de la mujer burguesa, Madrid, De La Piqueta, 1997.

-Veyne, Paul, Cómo se escribe la historia. Foucault revoluciona la historia, Madrid, Alianza, 1984.

-White, Hayden, El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica, Barcelona, Paidós, 1992.